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No sé si os pasa a vosotros, pero cuando voy caminando por la calle y veo una casa abandonada, en la que se deja entrever alguna habitación, ventana, puerta, mi mente vuela e imagina... ¿Qué callaran esas paredes? ¿Cuántas historias guardan? ¿secretos, sonrisas, lloros, rupturas, reconciliaciones, castigos... ? Una casa sabe tanto de nosotros! Y me voy inventando historias de esa casa deshabitada.
Pasan los años y vamos cambiando de hogar, pasamos por el de nuestros padres y luego unos más que otros, van teniendo sus mudanzas, por trabajo, por familia, por no llegar a pagar el alquiler, por poder pagar uno mejor, por querer buscar un nuevo futuro... y en cada una de esas casas que vamos deshabitando, vamos dejando nuestro rastro, un pedacito nuestro.
¿Imaginamos una historia juntos?
¿Quién vivía allí? ¿Qué pasó?
Empiezo, era una finca que se construyó en los años 40 tras la guerra civil, el propietario vivía en al última planta, en el ático, era un apoderado gordinflón con bigote, de pelo moreno y mofletes sonrojados que estaba casado con una mujer delgada de cabellos castaños recogidos en un moño y que caminaba cabizbaja. Los otros pisos los tenía alquilados a tres familias.
En el primero vivía doña Paca, una anciana testaruda y pizpireta que nadie le ladraba, tenía muy mal genio, había perdido a toda su familia en la guerra y solo guardaba una cadena de su madre y una fotografía familiar, la vida le había endurecido demasiado.
En el segundo una familia católica marido, mujer y 5 hijos. Poseían una disciplina ejemplar, jamás, una palabra sobresalía a otra y apenas se les oía, iban juntos siempre a todas partes, y no fallaban a su cita de la misa de las 12 los domingos. Iban siempre vestidos iguales, como clones.
En el Bajo... (¿sigues?)
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