Pues aquí estoy pensando, tras escuchar a varias amigas e incluso vivirlo en mi piel en varias ocasiones, que durante
décadas, el discurso sobre la igualdad en el trabajo ha brindado la llegada de más mujeres a puestos de liderazgo. Sin embargo, en algunos
casos, esa conquista viene acompañada de una paradoja incómoda: mujeres que, al
alcanzar posiciones de poder, terminan reproduciendo las mismas dinámicas
patriarcales que nos llevan oprimiendo desde hace años.
No es un fenómeno aislado, la estructura laboral moderna, está construida sobre valores de competencia, jerarquía y control, y ha moldeado lo que entendemos por “liderazgo”. Muchas veces, para ser tomadas en serio, las mujeres nos vemos empujadas a adoptar el mismo modelo autoritario y emocionalmente distante que históricamente caracterizó al liderazgo masculino. Es un traje que no encaja, pero que parece ser el único aceptado, por el momento, para muchas mujeres.
En estos
contextos, las inseguridades personales —alimentadas por años de desigualdad y
exigencias contradictorias— pueden convertirse en mecanismos de defensa.
Algunas líderes, en lugar de cuestionar el sistema, lo replican:
microgestionan, desconfían, humillan o compiten con otras mujeres. Quiero
pensar que no lo hacen necesariamente por maldad, sino porque aprehendieron, que
ese es el precio de “sobrevivir” en un entorno que no perdona la
vulnerabilidad.
El resultado
es penoso y triste: equipos desmotivados, climas laborales enrarecidos y pérdida
del propósito colectivo. Lo que podría ser una oportunidad para transformar la
cultura organizacional desde la empatía y la colaboración, se convierte en una
repetición del mismo guion patriarcal, como podemos ver en empresas, departamentos e incluso en política.
El desafío creo
que no está solo en señalar estos comportamientos, sino en comprender su raíz.
No se trata de “mujeres malas”, sino de un sistema que premia la dureza y
castiga la autenticidad. Cambiar eso implica repensar qué tipo de liderazgo
queremos promover: ¿uno basado en la competencia y el miedo? ¿ o uno que valore
la inteligencia emocional, la cooperación y el respeto?
Sinceramente pienso que las mujeres no llegamos a estos puestos para imitar lo que siempre nos dañó. Llegamos para transformarlo. Para demostrar que se puede ejercer autoridad sin violencia, decidir sin aplastar, guiar sin borrar al otro.
Ojalá algún día el buen liderazgo nazca del respeto, la empatía y la coherencia.

No hay comentarios:
Publicar un comentario