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| "el idioma de los carteles ya no es el nuestro..." |
Ya no vamos a la bodega de Carlina.
Hace tiempo que se quedó sola, cerrada, como una boca que ya
no cuenta historias.
Ya no suena la caja registradora ni huele a cerveza y
conversación de barrio, como echo de menos las bodegas de barrio de antaño.
El cine Tyris, como el abc marti y tantos otros, apagó su luz.
El bar de siempre ya no sirve almuerzos, sino "brunch"
El mercado central ha perdido su encanto quedando reducido al turismo
El kiosko de Ángel tras pasar por varias manos es ahora una tienda de pasta fresca "take away".
La tienda de la Lotera ahora es de souvenirs con
imanes sin sustancia.
Todo lo que fuimos se desdibuja.
Las calles cambian de piel, las fachadas se lavan la cara para la foto, el idioma de los carteles ya no es el nuestro, y los precios... los precios tampoco.
La ciudad se alquila por días, por horas, por likes, y la venden como mejor ciudad del mundo para vivir.
Mientras tanto, nosotros —los de siempre— vamos desapareciendo.
Nos empujan hacia la periferia, hacia las afueras que no elegimos, no cabemos en el centro que ayudamos a levantar.
Ya no es un lugar para vivir, sino para pasear, consumir, para mirar, y fotografiar, pero no para pertenecer.
¿De qué sirve una ciudad sin infancia, sin abuelos en los
bancos, sin tiendas donde te conocen por tu nombre, sin esquinas que te abracen
con la memoria? ya sea Valencia, Madrid, Sevilla... que más da.
Una ciudad sin su gente es un lugar bonito, sí… pero vacío.
Tan bonito y tan triste como una postal que nunca se envió.
Así me siento cuando veo mi ciudad, la que me vio crecer y que ahora no me reconoce ni yo a ella.
La globalización, las malas políticas turísticas, la ambición... acaban con lo bonito de un lugar, su idiosincrasia.
Palabras de una rubia una tarde de agosto de 2025
Un Besito
B.


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